Cuando grito, mi calle, educada
me devuelve un eco,
me gusta el eco de mi calle,
no lo cambiaría por el mas sabio
de todos los filósofos.
Cuando canto, el coro repite mi estribillo,
que dulce melodía,
no la cambiaría por el canto del jilguero
que anuncia la primavera
a sus mil maneras.
Cuando hablo, el tono de mi voz se quiebra,
tartamudeo, desconciertan mis voces,
mis distintos yo, discuten entre ellos,
y en esa discrepancia nace mi locura.
Hace tanto tiempo que nadie
encuentra razones a lo que digo,
que va siendo hora de colgar mi orgullo,
ponerlo a secar junto a mi cordura.
Adolfo Lisabesky
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