Yo, que suelo cantar bajo
porque cuando canto alto
no me oigo,
hoy tengo que gritar
para no oírme.
Gritaré por ejemplo
¿Dónde están las cumbres?
Cansado de habitar los valles.
¿Por qué mi alma todavía es niña?
Anclada en pueriles costumbres
como la de brincar por calles
rompiendo afectos, abriendo riñas.
Y ese miedo que me ha entrado
a la vida, a la muerte.
A vivir muerto,
a morir vivo.
A tropezarme con la muerte de otros,
a las despedidas tremendas,
sangrantes.
Deberíamos hacer duelo por aquellos
que se van y no mueren.
Y llamar a los curanderos por aquellos
que se mueren pero no se van.
Yo, medio vivo, medio muerto
en esta agonizante lucha contra uno
mismo.
De batallas ganadas, besos robados
de luchas enconadas, inútiles
armisticios.
No sabría explicarme,
Tal vez algo de sal marina.
un vino en barrica de Jumilla,
ventanas que miran a una vecina,
los pliegues sin adornos de una falda
lisa,
una prenda medio seca y tendida,
una tarde tranquila, sencilla
Eso podría ser
pero de hablar tan alto
no me oigo
y no sé lo que me digo.
Gano Adolfo
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