Suenan los niños en la escuela,
como árboles talados,
como un salmón a contracorriente,
se miran unos a otros,
como observa el juguete al juego.
No les interesan las lecciones del maestro,
tal vez piensan que eso no va con ellos,
que los decimales o los enteros,
los inventó un sádico profesor sin conciencia.
¿Y tengo que ser yo quien les convenza
que menos por menos es mas?
¿Tengo que ser yo quien les hable
de paréntesis, de combinaciones,
de estrambóticas expresiones?.
Quisiera irme a un rincón,
dejar de ser el objeto de sus miradas,
no buscar su atención,
perderme con ellos
en los últimos minutos de su infancia,
para no ser nunca adulto,
eternizarme niño entre sus manos,
olvidar mis obligaciones
jugar con ellos en la isla de los niños perdidos.
Ayer eché a Wendy,
me he convertido en un capitán garfio
cualquiera,
en una mantel cuadriculado
que oculta el plano de una isla perdida,
donde un tesoro y una quimera,
salvan a los niños de las lecciones
aritméticas
para guiarlos a la aventura, al Missisipi
al río de Tom y Huck.
Adolfo Lisabesky
Dicen los expertos que es conveniente escribir para conocerse. Las fotos nos revelan cicatrices con las que no contamos. Un megáfono nos ayuda a mejorar nuestra dicción. Escribir y releerse nos ayuda a alejar determinados fantasmas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario