Manos humildes las que han de curar
en una cabeza que no sustituya
al corazón.
Te puedo hablar de la empatía
pero seguro que ya la conoces
de reconocerse en el cuerpo de otros
del dolor que aunque sea cotidiano
y ajeno, es una fiera indómita
que requiere de ti para su control.
No hará falta que vuelvas a tener sarampión
ni que te operes de apendicitis periódicamente
ni que que puncees tu espalda.
Seguro que sabrás reconocerlos
sin la necesidad de tener que vivirlos
Y como serás una magnífica doctora
como curarás tantas enfermedades
cuídate de ese parásito estúpido
que la academia llama orgullo.
Lee a Lizano, a Leon Felipe, a Marcos Ana.
Y entonces recuérdate simple mamífero
mírate piedra del camino
o la sombra del único árbol del presidio.
Ya está, ya no te diré más
equivocarte será inevitable
como se equivocaron los Dioses
creadores de todo lo imperfecto,
tú que eres humana
no renuncies a tus errores.
Convive con ellos,
sin renegar su tozuda presencia.
Sobre todo cuando te llame
para hablarte de mi hígado graso
dime que todo va bien
y mándame un cálido abrazo
Adolfo Lisabesky
A Raquel, que a poco a poco
se nos hace Galena
Dicen los expertos que es conveniente escribir para conocerse. Las fotos nos revelan cicatrices con las que no contamos. Un megáfono nos ayuda a mejorar nuestra dicción. Escribir y releerse nos ayuda a alejar determinados fantasmas.
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