Me moriré un día de cielo negro y
tormenta.
Por entonces el vértigo será mi
amigo,
habré comprendido el sinsentido del
abismo,
mis días, puras miserias de una vida
eterna.
Lo habré olvidado todo, el mar
reflejo perfecto de vidas no vividas,
la tierra, guardará las huellas de
pisadas
por caminos en donde nunca anduve.
En un último recuerdo, lloraré
frustrado.
Maldeciré a los vivos que verán la
mañana,
miraré con envidia al niño, recién
nacido.
Y caeré, olvidando y olvidado, al
vacío.
Me moriré un día de cielo negro y
tormenta.
Desde mi ventana me alcanza el sol y su
luz.
Hoy pospondré mi llanto, tal vez
mañana.
Adolfo Lisabesky
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