Caigo ladera abajo,
golpeándome en todas las partes
sensibles de mi cuerpo,
si en mi cuerpo aún quedan partes
sensibles.
Caigo de la cima de los poetas,
a la oscura sima de la vida.
En mi caída los veo más pequeños, más
pequeños...
A León Felipe lo tapa mi orgullo.
De Lizano sólo veo su barba, ya
lejana.
A Federico lo emborrona mi tristeza,
En una última mirada,
de Cohen oigo una balada.
De repente estallido y suelo,
y los versos derramados parecieran
cáscaras de vida desatada en un bar de
carretera.
En un intento, último intento de
recomponer la poesía,
a gatas por el suelo, me abro paso en un
bosque
de pies, poemas rotos, amasijo de
impúdica inexistencia.
Arrojo los restos al cubo de la
literatura no hecha,
sacudo de mi ropa pelusas métricas,
sílabas,
rimas, estúpidas preocupaciones del
poeta.
Ahora la vida que no el alma,
ahora la voz que no la rima,
el patio, la vecina, el bar de la
esquina.
Con cuidado pegaré en un libro en
blanco
las fotos de esta vida prenacida.
En los días grises de grito y tormenta
ojearé los momentos que me creí en la
cima.
Adolfo Lisabesky
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