viernes, 12 de octubre de 2012

Autobiografía


En Cartagena, ciudad que dicen milenaria
pero de la que sólo puedo dar testimonio
los últimos cuarenta años, me nacieron.
En un barrio donde las plazas no se hicieron
para jugar y en cambio allí jugué mi infancia.
Fiestas en sillas de alquiler, días de insomnio
y maravillas que sólo recuerdan los locos.
Al poco me encontré entre avenidas que no llevaban
a ninguna parte. Colegio y un patio con canastas
donde ocupaba las tardes de invierno.
De repente la primavera, entre amores, enajenado.
En la Universidad encontré ciencias demasiado exactas,
camaradas y amigas que ocupaban mis paraísos.
Perdí los paraísos a la vez que  a mi Madre.
Huérfano y vagabundo en aulas cada vez mas lejanas,
mis ideales, antaño utópicos, ahora irrealizables.
Ya se que me quedaré en medio del camino
y es por eso que no dejo de caminar.
Compañera, hijo y eso que llaman familia,
en un rincón que encontré sin buscar,
donde el sol ilumina sin cegar, donde el mar
se parece al mar de mis recuerdos
y donde se, no me encontrará la soledad.
Fue entonces cuando perdí mi identidad,
antes medio huérfano ahora huérfano del todo,
con mi Padre se fueron los alegres días de un niño.
Así, a medio cumplir mis obligaciones con los demás,
con el alma abierta, el espíritu dispuesto
y el cuerpo a merced de un hígado descompuesto,
trato de hacer buenos los días, atrapar mis malos humores
rectificar mis errores y  eternizar mis dudas.
Quisiera morir a tono con mi vida,
aprovechar los instantes, incluso los últimos
y enseñar a mi hijo los soleados caminos
que le llevarán junto a sus camaradas
a conseguir sus más añoradas utopías.


Adolfo Lisabesky



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