jueves, 15 de septiembre de 2016

Acorazados

El brillo del botón de su camisa,
hacía pequeños los destellos de la luna.
Cuando mis dedos curiosos
recorrían sus serranías,
ella era el mar y yo un barco pesquero.

Bastaba un rayo de sol imprudente,
a través de la ventana,
para que mi voz fuera suya,
y sus manos la tierra.

Porque derretirse en otoño
es como alcanzar la meta en la batalla,
porque vivir en un río sin fondo
hace de mis branquias, dulces pulmones.

Tienen las caderas el son de la primavera,
y yo invidente, pretendo aprender a bailar
sesteando mis dedos por tu piel.

Me estiro, se encoge el alma,
y alcanzo aquel planeta,
del que nos previno
un científico loco.
No le hicimos caso,
y ahora nuestros vecinos
tienen antenas en sus traseros.

Oigo tu voz en el fondo del río,
pero mis dulces pulmones
desconocen el idioma de los salmones.

Adolfo Lisabesky

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