-Dígale, agente, que la quise mucho- le rogué, mientras me facilitaba una manta con la que aliviar mi desnudez. Años atrás me pareció frágil, que equivocado estaba, en aquella ínsula literaria que era la biblioteca de la Alpujarra. Nuestra relación se convirtió en adicta sexualidad, pasábamos mucho tiempo juntos y cuando no lo estábamos el influjo de su poder sobre mí seguía acaparando toda mi atención. Sus juegos fueron progresando y nos adentramos en un camino sin retorno. Desnudo, helado en mitad del bosque, cuando aquellos agentes se la llevaban esposada solo podía pensar que sería de mí sin la imperativa voz de sus caprichos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario