lunes, 7 de marzo de 2016

Y todo es vanidad (con permiso del gran Krahe)

No tenemos remedio,
los que escribimos en hileras,
no tenemos remedio,
ni tenemos perdón.

Que el mirlo
cante mi espera,
que el acebuche
de sombra al caminante,
que el cantar de tu canto,
no sea un canto vacío,
que el mirlo
no muera de sed.

No, no tenemos perdón,
imaginar que podemos glosar,
un amanecer, un crepúsculo,
los días pares, tras los impares,
no tenemos remedio,
tender puentes,
sobre ríos secos,
mirar el mar,
como si fuera el cielo caído,
darnos de bruces con las estrellas,
o caer en el sueño
de unas caderas,
de unas mejillas,
o de los pechos confirmados
en los redondos pezones
      de sus cumbres.

¿Quién creemos que somos?
Un orangután
que en lugar de metralleta,
pusieron en su mano,
un teclado,
un bolígrafo,
o la mínima expresión
         de un esmarfón.

A veces me sueño en Oslo,
con un discurso a medio camino
del de Gabo y Svoroska,
medio poláco, medio latino.
Mientras una multitud
de suecas y algún sueco,
me levanta en hombros.
Entre el patio de butacas,
alguien grita a la familia Real Sueca.
¡La oreja, la oreja!

Me palpo a ambos lados de mi cabeza,
me llevo la mano,
al recurrente rincón,
                        y despierto,
 entre estúpido y contento.

 Adolfo Lisabesky


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