Siempre he buscado el mar,
y en cambio ¡Soy tan mal marinero!
Aprendí poco a poco
en un mar de "a poco a poco",
unas olas enanas fueron mis instructoras,
el pequeño bamboleo
y el sabor salado de su cuerpo
los pequeños obstáculos a vencer.
Cuando acabó el mar,
las cristaleras de la catedral,
las calles plateras,
que parecen acabar en el puerto de la niñez,
fueron el promontorio de mi desahucio.
Pero no era lo mismo,
el mar estaba lejos, muy lejos.
Rompí las cristaleras de mi juventud
y me alojé en tus ojos,
en este mar, hermano mayor
del de mi infancia.
En el confío el nacimiento de mis branquias,
que me permitan ver los fondos marinos
de una playa anclada en el desierto.
Adolfo Lisabesky
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