I
Climalit haz de mi
viejo recuerdo
nula presencia rota.
II
Las horas sin minutos
ocupan la mar
de los abrazos del sol.
III
Besar en las espinas
restos del tiempo
ahogan la tristeza.
IV
La pasión es el lugar
donde las vidas
acostumbran, al fin, caer.
V
Las sombras se alargan
si la luz duerme
a los pies de las almas.
VI
La mirada como huida
tan misteriosa
que camina sin temor
VII
Túmbate a mi lado
cerca mi dolor
haz de él una fiesta.
VIII
Resuelve los misterios
sin ningún temor
al vértigo del vacio.
IX
La nube amenaza
constantemente
la calma de mi ropa.
X
Unidad de medida
del rio sus curvas
en el amor sus besos.
XI
Oír romper unas olas
en el malecón
suenan como fin del mar.
XII
Si despierta el verso,
susurra amor
y que vuelva a dormir.
XIII
Cantaba Dios a los pies
de nuestra cama
cuando perdí su favor.
XIV
Tanto mirar al monte
hizo del ciervo
la sombra de lo que fue.
XV
Contiene la cordura
unas mentiras
que advirtió el loco.
XVI
La pisada certera
los dias iguales
la sonrisa del hastío.
XVII
Silencio abortado
por ese ruido
diletante, la vida.
XVIII
Tamaño es nuestro sol
que caben en él
los astros del recuerdo.
XIX
Distante, invisible
es la tristeza
si prestas tu sonrisa.
XX
Los jabalíes visitan
en nuestro Paseo
las sobras del silencio
XXI
Del sí hay que quedarse
con su apuesta
por todos los caminos.
XXII
XXIII
Superar mi último
haiku es casi
como traducir la mar.
XXIV
Desde un paso luce
la infinita
levedad del camino.
XXV
En sesenta segundos
hay un minuto
caído, recién nacido.
XXVI
Si se miraran los dos
alguien tendría
de ellos, tomar sus manos.
XXVII
Apuntes para el viaje:
locura, pausa
y destino perdido.
XXVIII
La luna se esconde
tras las cortinas
de todas las viviendas.
XXIX
Después de la paciencia
repta inquieta
la ausente serpiente.
XXX
A menudo los besos
sueñan que bailan
locas danzas de amor.
XXXI
En un haiku caminan
cien poemas, amor,
búscalos en sus tripas.
XXXII
Si tientas en la niebla
nuestra infancia
pon migas tras tus pasos.
XXXIII
Me recuerdo en tu vida
como en la mía
a un paso de vivir.
XXXIV
Anónimos desiertos
duermen pacientes
mientras soñamos con Dios.
XXXV
El color del destino
un arco iris
cargado de laxitud.
XXXVI
Doliente es la noche
que ha soñado
otros amaneceres.
XXXVII
Silente casi muda
irreverente
en su mirar, la ira.
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