Agotada la marea,
descansa en tu falda,
la sal perdida
de sus lágrimas.
Si el recuerdo me mira a los ojos
agacho la mirada
para perderme en tu calzado.
Las noches de los inviernos,
los amaneceres del verano
la taciturna mirada del otoño,
la primavera encerrada
en el último manicomio.
Si escribiera en la gota de rocío
que temblaba en tu mejilla,
dejaría de ser poeta
para volver a ser jardinero.
Las piedras en mi bolsillo
castañean tu nombre,
pero mis pasos hacia el horizonte
desconocen el lenguaje
de la granítica poesía.
A tientas recojo las lentes
para leer poesía,
gateo con paso firme,
y empiezo escuchar
los susurros que nacieron gritos.
Adolfo Lisabesky
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