que al leerme bajo una otoñal
puesta de sol, dijera:
"¡Qué cosas la niñez!"
A veces lo consigo,
a veces cuando escribo
leo los ingenuos gritos
de un niño herido.
Distorsionados, confusos,
impresionados, delirantes,
emocionados, difusos.
Me repongo y de repente
cumplo mil años,
ya no piso la hierba,
ni volteo una peonza.
Camino sesudamente, arrastro mi pasado
soporto mi presente y piso mi futuro.
Me hará falta escribir como un niño,
pensar las cosas que piensa un niño,
mirar por los ojos sorprendidos de un niño,
y sobre todo jugar, jugar como juegan los niños,
como si no hubiera un mañana.
Para no desentonar,
a pesar de mis canas,
de mis serios propósitos,
de mis falsas pinturas de payaso,
me pondré de vuelta el alma infantil,
espero que mi insoportable madurez
no la descosa.
Adolfo Lisabesky
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