viernes, 5 de abril de 2019

La ayudó a morir porque la quería

No la mató porque era suya,
no era de él ni de nadie,
él la quería y ella le correspondía.

Se conocieron vivos,
como es menester,
se hicieron grandes amantes,
de los de corazón
en el tronco del olmo seco,
de los de la pupila brillante,
de los de la mano temblorosa,
                     ya me entendeis,
amantes por encima de las monotonías.

Su pulso se hace grande,
en cada fotograma de despedida
y el de ella se reserva
el temor a las represalias
de un estado
que desconoce las claves del amor.

Adolfo Lisabesky (Ángel recibió los pésames en la cárcel)

La sexta ARV


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