Me declaro seguidor de los días perdidos,
minutos, horas y segundos abandonados
a su suerte. Una sonrisa abierta, versos leídos
o el instante placentero en un intento fracasado.
Proyectos inacabados, trabajos pospuestos
y mientras un niño alarga el tiempo
con la mágica mirada de unos sueños
infantiles, oasis de un estéril desierto.
En esa espera en busca de los días dorados
me martillea la idea que hace de ellos humo,
vano intento de hacer del tiempo, santo
espíritu venerado y no epejismo, negro luto.
Como si el día fuera una fruta selecta
de la que en cada instante exprimir su zumo.
De ser así, sería fruto seco y no fresca
fruta que pronto deja su manjar, difunto.
Adolfo Lisabesky
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