Yo tenía un azucarillo,
de los de antes,
los que de niño tanto me gustaban.
Sus aristas rectas, casi perfectas
suave su envoltura,
dobladas las puntas,
como para un regalo.
Le busqué un lugar seco,
para no perjudicar ningún lado.
Le presenté un compañero,
al mismo azucarero.
Su enemigo, el salero
en la alacena, lejos.
Pero un día fatídico
quise comprobar su dulzura,
desdoblé el perfecto embalaje
y lo dejé caer en aquel brebaje.
vueltas y vueltas
espiral continua, pura.
y al fin el fin.
Adolfo Lisabesky
Me hago seguidor de tu blog, Ángel.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias Rafael, estás en tu casa. Un abrazo
ResponderEliminar