martes, 11 de febrero de 2014

Valientes

¡No tengo miedo a nadie!
Gritaba su extravío,
a unos minutos de la madrugada.
Distinguía el blanco auricular
que le obligaba gritar:
¡No tengo miedo a nadie!
Compañera de la prisa,
llegaba tarde
a donde nadie la esperaba.
Acelerada por el miedo
que no tenía,
sola, sucia y olvidada,
con fuerza gritaba
¡No tengo miedo a nadie!
Despertaba la monotonía
de la basura dormida.
Alertaba a la vecindad
de su temeridad.
¡No tengo miedo a nadie!
Pero temblaba, de frío
de hambre y de soledad.
Adolfo Lisabesky




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