Ayer dejé de soñar en el
mismo momento
en el que mi sueño se
convertía en pesadilla.
No traspasé la delgada
linea en la que la utopía
pierde su encanto y toman
su sitio tormentos,
rayos estridentes y el
sabor agrío de la hiel.
Desperté, me ayudó el
arrullo del viento,
el susurro del amigo y el
mar en mi pecho.
Antes, busqué en mi alma
un lugar seguro
donde durmieran mis sueños
sin ser descubiertos.
En un hoyo profundo cerca
del mar los escondí.
Para cuando el soñar no
provoque monstruos
Para cuando el mar
desentierre mis sueños
Para cuando los días no
tengan noches.
Para cuando me crea dueño
de mi destino.
Para entonces, cogeré una
pala
llamaré a amigos y
familiares.
En una ceremonia vieja y
larga
a la sombra de una palmera
desenterraré mis sueños.
Adolfo Lisabesky
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