Los hay de puntillas
y se llaman piquitos,
más pausados y tranquilos
son los besos de tornillo.
He visto comerse novios
con un beso o besos repetidos
y también con lágrimas
perderse en un beso,
mientras mascullan un adiós.
La lengua invitada especial
en casa ajena, quedarse a dormir
y los labios dejarse invadir.
El tiempo pararse
y el corazón acelerarse.
Besos robados que pronto
tiene el síndrome de Estocolmo
que hacen de su captor, prisionero.
Los besos, armamento pesado
que nacen de un labio enamorado
y elevan al alma hasta el cielo.
Adolfo Lisabesky
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